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Psicoterapia, autoconocimiento y transformación en los tiempos actuales

Actualizado: 13 jun


Vivimos en una época en la que hablar de autoconocimiento, bienestar psicológico y procesos de transformación personal ya no es raro ni marginal. Se ha masificado el acceso a espacios de acompañamiento y prácticas orientadas al cambio, tanto desde caminos tradicionales como desde propuestas más integrales. Por un lado, encontramos los abordajes validados por el modelo imperante —el biomédico— como la psicoterapia, el coaching estructurado, la psiquiatría, la medicina funcional y preventiva, que intentan responder al sufrimiento emocional con herramientas sistematizadas, diagnósticos clínicos y enfoques centrados en la evidencia. Por otro lado, emerge con fuerza una línea más holística o integral, que se nutre de diversas fuentes: desde sabidurías milenarias como el budismo, el hinduismo, la medicina ayurvédica, la medicina tradicional china, saberes y prácticas ceremoniales curativas de los pueblos originarios; hasta visiones más contemporáneas que intentan reintegrar dimensiones olvidadas por el paradigma clásico, como el cuerpo, la energía y lo espiritual. Dentro de esta amplitud también encontramos terapias somáticas, constelaciones familiares, terapias energéticas, bioenergética, respiración holotrópica, , experiencias inmersivas (inmersión al hielo), ayuno supervisado, ceremonias con plantas sagradas, búsqueda de visión, acompañamientos con enfoque transpersonal o ecopsicológico, entre muchos otros.


En medio de esta expansión —que incluye desde lo profundamente transformador hasta lo simplemente comercial—, conviene hacer una pausa y preguntarse: ¿Qué entendemos por transformación hoy? ¿Qué es realmente un proceso de cambio? ¿qué entendemos por terapia (o psicoterapia) hoy? ¿Qué significa acompañar a otro en su camino? ¿Qué criterios necesitamos para saber si una propuesta realmente ayuda, transforma o simplemente entretiene o distrae? Estas preguntas no sólo abren un espacio de reflexión crítica, sino que también nos invitan a revisar cómo se entrelazan, se tensan o se enriquecen mutuamente las distintas formas de comprender la dimensión humana que aborda el malestar o sufrimiento, sus causas y sus posibles salidas; la transformación, el desarrollo del ser, el camino para transformarte en quién eres realmente, que en realidad es un proceso de soltar y recordar más que de agregar algo o intelectualizar y reflexionar solamente.


Nos encontramos en un momento histórico de gran riqueza en el ámbito del desarrollo personal y la salud mental. Estos temas ya no son tabú, y hay mucha oferta variada de herramientas, disciplinas, conocimientos y acompañamientos, tanto tradicionales como emergentes, todo bastante a la mano. Esta proliferación puede resultar inspiradora, pero también abrumadora. Por eso, el propósito de este texto es ayudarte a construir un mapa, ofrecerte una brújula conceptual y algunas preguntas guía que te permitan clarificar tu búsqueda, afinar tu criterio y caminar con mayor conciencia hacia lo que realmente necesitas en este momento de tu vida. Estamos viviendo una época que en la que existe una gran variedad de opciones que pueden ayudarte a una auténtica revolución interior: un cambio cultural en el que cada vez más personas se atreven a mirar hacia adentro, cuestionar sus patrones y abrirse a procesos de transformación. Ser parte de ese movimiento —de forma crítica, informada y comprometida— puede ser una de las decisiones más potentes de nuestra época. Porque no sólo basta con que hayan muchas opciones, si no también, se necesita que algo se produzca en tu interior, una chispa, una duda, un llamado, una pregunta, una búsqueda.


Tanto si vienes de una mirada escéptica y normativa —apegada exclusivamente a la evidencia científica y a los sistemas tradicionales de conocimiento— como si provienes del mundo de las prácticas ancestrales, espirituales o alternativas que a veces pueden desconfiar de la ciencia moderna, esta reflexión quiere invitarte a abrir un espacio de exploración y diálogo. Ambas pueden complementarse y cohabitar, sin la necesidad de que una anule a la otra.




Un poco de contexto de lo que vivimos hoy en día con las redes sociales...


Los tiempos actuales han traído consigo un cambio profundo en la manera en que las personas buscan ayuda, se relacionan con su malestar y se informan sobre salud mental. La pandemia de COVID-19 dejó al descubierto, de manera masiva, la fragilidad de nuestros recursos psicológicos frente al aislamiento, la incertidumbre, la desarticulación de los tejidos sociales y el quiebre de las rutinas e identidades. Al mismo tiempo, impulsó el desarrollo y la naturalización del mundo online, facilitando el acceso a conversaciones, contenidos y espacios terapéuticos sin fronteras geográficas. En este nuevo escenario, surgieron también figuras públicas o influencers del bienestar en plataformas como Instagram y TikTok. Personas que, desde su experiencia personal, desarrollaron formas de vivir o modelos que les resultaron útiles, y que ahora ofrecen a otros en formato de mentorías, coaching o programas de transformación. Y a la vez, ha obligado a los profesionales que siempre han estado dedicados a esta dimensión inmersos en sus micro mundos sin tener necesariamente una vitrina tan expansiva como son las que impulsan las redes sociales. Este fenómeno tiene un tremendo valor: visibiliza temas antes tabú, normaliza hablar del sufrimiento y puede brindar apoyo a muchas personas. Sin embargo, también plantea desafíos. No todos quienes comunican están formados en salud mental, ni todos los métodos son aplicables a cualquier biografía. El riesgo está en generalizar experiencias individuales, simplificar procesos complejos y perder de vista la singularidad del sufrimiento humano. Por eso, es clave aprender a distinguir entre el valor del testimonio y el trabajo clínico profundo que implica la psicoterapia y un proceso de transformación llevado o encuadrado adecuadamente.


De todas formas, creo que muchos de estos espacios han abierto puertas muy necesarias y han acompañado a personas que quizás nunca habrían considerado iniciar un proceso de cambio. No hay que subestimar el valor de alguien que, desde su experiencia, comparte una herramienta, una mirada o una rutina que le ayudó. Sin embargo, mi motivación al escribir esto es dar contexto, ofrecer herramientas y, sobre todo, cuidar ese momento tan delicado y poderoso en que una persona decide pedir ayuda. Ese impulso —la intención de transformarse, de hacer algo distinto con lo que le ocurre— es profundamente valioso y merece ser acogido con respeto, humildad, con escucha y con dirección. A veces, ese impulso cae en manos bienintencionadas pero poco formadas, o en modelos rígidos que no consideran la complejidad subjetiva de quien consulta. Si eso ocurre, no todo está perdido: siempre es posible evaluar si ese espacio te está sirviendo realmente. Puedes preguntarte si te sientes con más claridad, con mejor capacidad de afrontamiento, aceptación, con menos síntomas, o con más estrategias para abordar los síntomas, con más conexión con tu ser más esencial; si sientes que tu dolor o tu pregunta está siendo tomada en serio. También puedes dialogar con quien te acompaña, proponer cambios, redireccionar el enfoque. Y si sientes que algo no está funcionando, tematizarlo o incluso buscar otro lugar donde tu impulso sea sostenido y no distorsionado. Sea cual sea el camino, lo importante es que tú sigas siendo protagonista de tu proceso, y que ese movimiento inicial de búsqueda no se diluya, sino que se transforme en un verdadero punto de partida.



Los modelos de Inteligencia Artificial


Otro cambio monumental en los últimos años ha sido la irrupción de las inteligencias artificiales, con ChatGPT y otros modelos como figuras centrales de este nuevo paradigma. En distintos foros ya se comenta con ironía o sinceridad: “ya no voy al psicólogo, ahora hablo con la IA”. Y lo cierto es que hay algo de verdad y mucho de valor en esa frase. Dialogar con un modelo de lenguaje entrenado con millones de textos, estudios, teorías, experiencias humanas y estructuras filosóficas puede ser realmente útil. Por ejemplo, ChatGPT, está diseñado para ayudar a organizar tus ideas, sugerir caminos, enseñarte conceptos, devolverte preguntas bien formuladas, y también para ofrecer una conversación sin juicio, a cualquier hora del día. Puede mostrarte opciones, ayudarte a ver patrones, y sostener un flujo de pensamiento de forma clara y articulada. Sin embargo, también, si le preguntas, reconocerá sus límites. No tiene cuerpo, ni historia personal. No sufre ni ama ni se angustia. No tiene intuiciones nacidas de una vida vivida, ni silencios cargados de significado. Hay dimensiones del sufrimiento humano que no pueden ser procesadas solo con palabras o con algoritmos. Porque no todo en nosotros es digital, racional, intelectual o reflexivo. Los lugares impensados y tremendamente innovadores a los que se llega hablando sin saber a priori de lo que se va a hablar, lo análogo de un cuerpo presente, la vibración emocional en la voz de alguien que te escucha, el aceleramiento del corazón mientras hablas, la emoción vivida a través del cuerpo, como se erizan los pelos al decir o escuchar algo, abrir un campo de experiencias condensadas en imágenes y sensaciones, el movimiento de un gesto, una mirada sostenida: esos elementos no pueden ser simulados y reflejarlos solo con palabras es sacarnos de nuestro hábitat más puro y originario.


Por eso, el verdadero aporte de la IA debe ser ayudarnos a acelerar ciertas tareas, clarificar aspectos, orientarnos dónde debemos informarnos, ordenar procesos, pero no reemplazar lo humano, sino liberar tiempo y energía para que lo específicamente humano —el encuentro real, la experiencia encarnada, la transformación compartida— pueda ocurrir con más profundidad y sentido.



Algunas definiciones...



¿Qué es la transformación?


Hablar de transformación es adentrarse en un territorio vasto, interminable y profundamente humano. No se trata de un objetivo claro y cerrado, sino más bien de un proceso continuo, a veces imperceptible, que toca todas las dimensiones del ser. Estas palabras no pretenden agotar su significado, sino apenas trazar algunas líneas iniciales que nos ayuden a comenzar un camino, a establecer un lenguaje que nos permita habitar la experiencia con mayor conciencia. Si vamos al antiguo pero siempre vigente mundo griego, esta idea estaba contenida en el concepto de epimeleia heautou, el cuidado de sí. No como un ejercicio narcisista, sino como una práctica ética, constante y exigente, que implicaba volverse hacia uno mismo con atención, examinando la propia vida, cultivando el alma, y preparándose —como decía Sócrates— para el buen vivir y el buen morir. Antes de que el conocimiento de sí se transformara en autoexploración intelectual, era sobre todo una práctica: un conjunto de ejercicios, disciplinas y relaciones que configuraban una transformación real del sujeto. Así, la transformación no es solo un cambio reflexivo o en conductual o en lo emocional, sino una reconfiguración profunda del modo en que uno se relaciona consigo mismo, con los otros y con el mundo.


Para Freud, la transformación del ser humano pasa inevitablemente por un proceso de desilusión respecto de la idea de que somos seres completamente racionales. Uno de sus aportes más revolucionarios fue mostrar que la conciencia del yo (o del ego) no gobierna, que nuestros actos, elecciones y síntomas están profundamente determinados por fuerzas inconscientes, pulsionales, que se manifiestan cuando la razón cesa: en los sueños, lapsus, síntomas neuróticos y actos fallidos. Freud construyó así un método —el psicoanálisis— para acceder a lo reprimido, lo que la conciencia diurna del ego intenta dejar al margen, a lo que llamó el ello, esa zona primaria, caótica y atemporal de la psique que habita bajo el umbral de lo consciente. Su célebre frase “donde estaba el ello, deberá advenir el yo” no apunta a dominar o anular el inconsciente, sino a integrarlo, a permitir que el sujeto adquiera una mayor conciencia de sí mismo sin quedar prisionero de sus automatismos o repeticiones sintomáticas. El objetivo último de este trabajo no es un ideal abstracto, sino profundamente humano: que el sujeto pueda amar y trabajar, es decir, establecer lazos significativos y desplegar su capacidad creativa en el mundo. Para Freud, la transformación psíquica consiste en reconquistar esas funciones, no desde la represión o la moral, sino desde un saber que surge cuando se habla, se asocia libremente, y se confronta con lo que, aun sin saberlo, siempre nos ha habitado y dirige nuestra vida sin que necesariamente lo sepamos.


En la psicología de Jung, la transformación ocupa un lugar central y se expresa a través del concepto de individuación. Este término no alude simplemente al desarrollo del yo, ni a convertirse en “alguien mejor” según estándares externos, sino a un proceso profundo en el que el individuo se vuelve cada vez más "sí mismo". La individuación implica un recorrido interior en el que partes inconscientes de la psique —contenidos reprimidos, olvidados o no integrados— son traídas a la conciencia y progresivamente aceptadas e incorporadas. Este proceso permite que la persona se acerque a su centro psíquico, al Sí-mismo (Self), que para Jung no es el yo, sino una totalidad más abarcadora, guía y núcleo interno del ser. Y lo más importante: este proceso está ocurriendo constantemente, de forma natural, independiente de si la persona acude o no a alguna terapia. Lo que hace el espacio terapéutico, es favorecer la conciencia de ese proceso, darle un cauce, lenguaje, contención y dirección. La transformación, desde esta perspectiva, no es algo lineal ni necesariamente cómodo: conlleva crisis, confrontación con la sombra, pérdida de referentes, y también momentos de revelación profunda. Pero es justamente en ese camino de reunificación de los opuestosluz y sombra, consciente e inconsciente, persona y arquetipo— donde se produce una maduración auténtica. En este sentido, la transformación no solo busca sanar síntomas, sino permitir que emerja una vida con sentido, más coherente con la verdad interna.


Desde las teorías cognitivo-conductuales, la transformación se entiende como un proceso de reestructuración del pensamiento, el comportamiento y la regulación emocional. A diferencia de otros modelos que se enfocan en lo inconsciente o lo simbólico, la TCC parte del supuesto de que nuestras emociones y conductas están fuertemente influidas por nuestros esquemas cognitivos, es decir, por la forma en que interpretamos el mundo, a nosotros mismos y a los demás. Muchas veces, estos esquemas son disfuncionales, automáticos y poco realistas, generando malestar y bloqueando el desarrollo personal. La transformación, en este marco, implica hacer consciente ese diálogo interno, cuestionarlo con evidencia, y generar nuevas formas de pensar más adaptativas, que a su vez impactan en nuestras emociones y acciones. Esta línea propone técnicas concretas y comprobadas —como el registro de pensamientos, la exposición progresiva o el entrenamiento en habilidades sociales— que permiten modificar patrones profundamente arraigados. El objetivo no es tanto descubrir un “sí mismo esencial”, sino aprender a manejar mejor los desafíos de la vida cotidiana, recuperar funcionalidad, y mejorar la calidad de vida. La TCC también ha evolucionado, integrando enfoques más amplios como la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) o la Terapia Dialéctica Conductual (DBT), que incorporan valores, mindfulness y regulación emocional, abriendo nuevas posibilidades de transformación más allá de lo puramente racional.




¿Qué es la psicoterapia?


La psicoterapia es, en esencia, una conversación para el cambio, para la transformación. Puede parecer simple, incluso anacrónica, en un mundo donde los avances tecnológicos y farmacológicos ofrecen soluciones inmediatas para casi todo. Sin embargo, el acto de sentarse a hablar con alguien entrenado, con la intención explícita de revisar la propia experiencia, sigue teniendo un poder profundamente transformador. Lejos de ser una conversación cualquiera, se trata de un encuentro con ciertas condiciones específicas: un encuadre claro, una persona con formación rigurosa y una teoría psicológica que orienta la escucha, la comprensión y la intervención. Como definen los expertos, la psicoterapia es un tratamiento interpersonal basado en principios psicológicos, donde un terapeuta utiliza intencionalmente su conocimiento para ayudar al otro a resolver su malestar o conflicto, adaptando siempre su enfoque a la singularidad del paciente. No se trata de aplicar recetas, sino de co-construir un camino terapéutico, en el que el lenguaje y el vínculo se convierten en vehículo de cambio. A diferencia de otras prácticas que operan desde lo biológico o espiritual, la psicoterapia se funda en teorías psicológicas: modelos que entienden los síntomas, las conductas y las emociones como expresiones de la historia, las creencias y los vínculos del sujeto. Y si bien no existe una teoría única ni un modelo perfecto, el valor del terapeuta radica en saber elegir, combinar y ajustar esas herramientas para acompañar a cada persona en su proceso, con respeto, flexibilidad y ética. Es mantener un vinculo sostenido en el tiempo, con la sistematicidad, periodicidad y confianza para abrir lo que haya que abrir, decir lo que haya que decir, y que eso sea escuchado, contenido, recibido, interpretado, elaborado e integrado, desde una experiencia que acompaña pero que también propone y muestra lo que no se quiere o lo que cuesta ver desde la mirada propia.


No hay una única forma de responder qué es la psicoterapia ni cómo ocurre el cambio personal. A lo largo del último siglo se han desarrollado distintas teorías psicológicas que intentan explicar el sufrimiento humano, su origen y sus vías de resolución. Cada uno de estos modelos responde a una época, una necesidad social, un lenguaje, una matriz de pensamiento.


La psicoterapia es un diálogo especial porque ocurre en el marco de un vínculo humano, de presencia, de testimonio, de historia vivida en el presente. No es solo una conversación, es un espacio que activa niveles profundos de transformación. La catarsis, por ejemplo, no tiene el mismo efecto si ocurre en soledad, sin ser sostenida, mirada o interpretada, por un otro o incluso por un grupo de otros, en un contexto pensado para eso. O la revelación de algo que estás diciendo sin saber bien lo que dices, o un llanto frente a otro puede reorganizar algo esencial en tu ser completo sin que te percates inmediatamente. El otro humano, el que te escucha y sostiene, con toda su historia y presencia, no solo escucha: atestigua, interviene, devuelve desde su humanidad.



En este contexto diverso y a veces confuso, es importante volver a proponer una dirección clara: el lugar del profesional en las artes consultivas —sea terapeuta, médico, coach, analista o consultor— no es el de un gurú ni el de un iluminado. Es una persona como cualquiera, con sus propias complejidades, pero que ha atravesado un proceso formativo especial. Ser terapeuta implica haber pasado por una experiencia personal profunda de autoconocimiento, haber estado en procesos de terapia, contar con supervisión clínica, y haber sido parte activa de nichos y comunidades de formación específicos en esta disciplina. Abrir la experiencia clínica de aprendizaje en una comunidad que ve casos día a día. No basta solo con haber tenido éxito personal con una herramienta o con haber vivido una transformación potente. Acompañar a otros requiere entrenamiento, responsabilidad y una ética clara. El rol de quien acompaña es propiciar un espacio donde puedan darse las condiciones necesarias para que el consultante, paciente, cliente o analizado inicie o continúe su propio proceso. No se trata de dirigir desde arriba, sino de sostener desde al lado. Cada persona camina hacia su estado de ser más esencial y verdadero, y ese camino es único, con su ritmo y sus vueltas. Un buen proceso terapéutico no impone una verdad, sino que ayuda a despejar el terreno, destrabar lo que obstruye, hacer más eficiente el recorrido. La transformación genuina no se entrega como un producto terminado: se cultiva, se despierta desde adentro, y el impulso siempre es del propio sujeto.



El marco teórico que sostiene la visión de la salud hoy


Hoy en día, el paradigma dominante en el ámbito de la salud es el modelo biomédico. Este modelo se basa en una visión científica y sistemática del cuerpo humano, donde la enfermedad es entendida como una disfunción orgánica que puede ser medida, diagnosticada y tratada con base en evidencia. La ciencia cumple aquí un rol fundamental: se busca minimizar los sesgos, replicar resultados, establecer protocolos y entregar tratamientos validados estadísticamente. Esta aproximación ha permitido avances enormes en la medicina moderna, salvando millones de vidas. Sin embargo, también ha generado una forma de autoritarismo del saber: el conocimiento se centraliza en expertos, y se otorga poco valor a la experiencia subjetiva del paciente. El modelo biomédico opera bajo una orientación patogénica, es decir, su foco se activa cuando ya hay síntomas o enfermedades presentes, dejando a veces de lado una mirada salutogénica, centrada en los factores que mantienen y promueven la salud incluso en ausencia de enfermedad. Uno de sus puntos ciegos es la des-subjetivación que provoca: aprendemos a desconectarnos de las señales de nuestro cuerpo, a depender exclusivamente de exámenes, máquinas o especialistas para saber cómo estamos. Además, puede tender a fragmentar el cuerpo humano en especialidades aisladas, olvidando que somos un sistema complejo y profundamente interrelacionado.


En contraste, el modelo holístico ha ganado fuerza en las últimas décadas, presentándose como una respuesta a las limitaciones del enfoque biomédico. Este modelo propone una mirada más amplia del ser humano, reconociendo la interconexión entre cuerpo, mente, emociones, entorno y espiritualidad. No busca solo tratar enfermedades, sino fomentar el bienestar, prevenir el malestar y acompañar procesos de transformación profunda. Aquí la experiencia subjetiva del consultante tiene un valor central, y se abren caminos que integran prácticas ancestrales, corporales, energéticas y simbólicas. Sin embargo, esta apertura también conlleva riesgos. Al no estar regulado, ni tener estándares claros, el modelo holístico puede volverse anárquico. Muchas intervenciones se denominan “terapias” sin serlo en sentido estricto, y no existe claridad respecto a las competencias necesarias para ejercer.


Ante este escenario, no se trata de elegir entre uno u otro modelo, sino de construir puentes entre ellos. Aprender lo mejor de cada enfoque puede ayudarnos a diseñar intervenciones más completas, respetuosas y efectivas. Desde la vereda donde estemos, el desafío es escuchar al otro lado, mejorar nuestras prácticas, y ofrecer a quienes consultan un campo claro, bien definido y con fundamentos sólidos para abordar sus problemáticas, sin perder nunca de vista la complejidad humana. El camino del medio no es tibieza: es integración con criterio, apertura con ética y diálogo con profundidad para ocuparnos realmente del objeto que nos interesa, la salud y el bienestar, en vez de establecer diferencias y argumentar para fortalecer solo uno de los lados.


Lo más esperanzador de este panorama es que ya se están dando procesos de retroalimentación entre ambos modelos. Cada vez es más común ver a profesionales formados en el enfoque biomédico abrirse a miradas más integradoras, y también a personas del mundo holístico interesarse en comprender la lógica de la evidencia científica, los mecanismos biológicos y la necesidad de establecer ciertos principios rectores. La ciencia comienza a buscar no solo validez estadística, sino también validez ecológica, es decir, que lo que se investigue y aplique tenga sentido real en la vida cotidiana de las personas. A su vez, muchas corrientes holísticas empiezan a ordenar sus saberes, a buscar definiciones más precisas, a generar principios éticos y protocolos que no desmerezcan su riqueza simbólica y experiencial. Este cruce fecundo entre visiones no solo enriquece la práctica clínica o consultiva, sino que da lugar a un nuevo paradigma: uno que valora tanto el dato como la vivencia, tanto la medición como el relato, tanto la precisión técnica como la sabiduría intuitiva. Estamos transitando un tiempo fértil, donde integrar ya no es una moda, sino una necesidad evolutiva para el cuidado real de la salud humana.




Reflexiones Finales


Si estás en un momento de tu vida en que sientes el impulso de buscar ayuda, acompañamiento o simplemente entender algo que te inquieta, es importante que sepas que no necesitas tenerlo todo claro desde el comienzo. De hecho, una de las primeras tareas junto a un profesional es justamente construir, aclarar o incluso descubrir el verdadero motivo de consulta. No es necesario llegar con un diagnóstico, una etiqueta ni un plan resuelto. Lo que se necesita es una disposición honesta a mirar lo que ocurre, y eso ya es un enorme paso.


Una buena forma de comenzar es preguntar a personas de confianza si han tenido experiencias valiosas en procesos terapéuticos o consultivos. Las recomendaciones personales pueden ser un buen punto de partida. También es válido explorar perfiles profesionales en línea, leer cómo se presentan, qué tipo de formación tienen y si resuena contigo su enfoque. Recuerda que tienes el derecho y la libertad de preguntar todo lo que necesites antes de iniciar un proceso: cuál es su formación, su experiencia, cómo trabajan, qué puedes esperar de las sesiones. Un buen profesional sabrá acoger esas preguntas y responderlas con claridad y respeto.


No temas cambiar de profesional si sientes que no estás avanzando o si no se genera el vínculo necesario para que el proceso sea fértil. Confiar en tu intuición también es parte del camino. La psicoterapia —o cualquier proceso de autoconocimiento bien acompañado— no es un camino recto ni inmediato, pero cuando se encuentran las condiciones adecuadas, puede convertirse en uno de los viajes más profundos y transformadores que podemos emprender. Cuidar ese impulso inicial, ese llamado interno, es esencial. Y por eso, vale la pena buscar con calma, con respeto y con la certeza de que ese impulso merece ser atendido con la dignidad que conlleva todo proceso humano de transformación.


Close-up view of a person meditating in a serene environment

 
 
 

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